El
café rebosaba de actividad a esas horas de la mañana: camareros
ajetreados tirando cortados y con leche por doquier, el repartidor de
bollería quejándose del tráfico de Gran Vía, miles de tintineos
de cucharillas que ensordecían las palabras, la televisión del
local con las primeras noticias del día... pero a pesar de ello, en
un apartado rincón, en la solitaria mesa junto a la ventana, ellos
eran invisibles, abstraídos en su animada conversación, ajenos a
todo el bullicio que se desencadenaba a su alrededor.
-¡Ni
soñarlo!, no pienso seguirte este absurdo juego- se quejaba ella
mientras le observaba incómoda.
-Pero
si solo se tratan de un par de frases...- decía él una y otra vez
restándole importancia a lo que la sugería. –Solamente tienes que
ponerte en situación, dejar que las escriba y tú expresarlas a los
ojos del público con esa elegancia que tú solo tienes...
-¡No!
y no, además, ¿quién te dice a ti que las vayan a captar con la
atención que pretendes? tal vez solo quieran leer en mí algo banal,
algo que no les haga pensar más de lo debido, algo que no les haga
estrujarse el coco a estas horas en las que nadie, y repito, nadie,
es persona.
Él
la miro con dulzura acercándose más a ella al punto de casi
rozarla, bajando la voz, hasta convertirla en casi un imperceptible
susurro, insistiendo:
-No
tienes porque tener miedo, ¿cuantas veces lo has hecho? la gente
está más que acostumbrada a tenerte delante y comprobar con sus
propios ojos todo lo que tienes que decirles... no se trata de... una
obra como otra cualquiera, eso es cierto, pero sé que puedes hacerlo
tan bien como sabes.
A
punto estuvo ella de contestar cuando de pronto un plato irrumpió en
la mesa cortando la conversación súbitamente. Delante de ellos un
enorme croissant caliente se apetecía recién hecho. Haciendo caso
omiso a la intrusión continuaron con su particular debate.
-¿Por
qué tienes que escribirlas tú?- continuó ella.
-Pues...
porque mi estilo, al igual que la tinta que emana de mí en cada
frase que construyo son excelentes... eso ya lo sabes.
Dubitativa,
ante los argumentos irrefutables que él la estaba exponiendo, cedió
al fin con ligera resignación.
-Está
bien... dejaré que me escribas esa frase, pero no te prometo que
vaya a causar el efecto deseado ¿eh?...
Él
sonrió satisfecho por la respuesta cuando de repente, al instante,
una mano se aferró a su delgado cuerpo, le elevó unos centímetros
y, posándole suavemente sobre la delicada anatomía de ella,
escribió con letras grandes y sinuosas un sincero TE QUIERO. Lo más
bonito que a esas horas de la mañana, entre el mundanal ruido, podía
plasmar un simple bolígrafo sobre la servilleta de papel de un café
cualquiera de Gran Vía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario