viernes, 23 de marzo de 2012

La efímera permanencia de un pensamiento


A las 02:00 de la madrugada la calle se torna de un color frio, gris, sombrio y, en apariencia, triste. La vitalidad que acoge en las horas diurnas se ve ahora mermada y casi extinta por la intromisión absoluta de la oscuridad, haciendo que la vida y su corriente inmparable de sonidos, colores y sensaciones se refugie al calor de un hogar. Los que pueden en esas horas conciliar el sueño se acomodan en sus camas mientras unos pocos, tal vez más de los deseados, deben conformarse con la precariedad de una simple caja de cartón, de esas enormes que se usan para las mudanzas. O, con mucha suerte, del cobijo ofrecido por algún albergue que a esas horas no esté abarrotado. Siempre y cuando se acceda a contar con su ayuda, porque hay gente, personas que tan reacias son a dejarse ayudar como a que las marquen con un hierro candente en el brazo. Fermín se encontraba entre estas últimas...

 
Él no entendía como algunos de sus "compañeros" preferían degradarse y humillarse de tal manera para conseguir un techo bajo el que descansar aquella noche. Tal vez fuese una postura tremendamente extremesita y desmesurada pero Fermín no concebía otra. Claro estaba que las numerosas ONGs sin ánimo de lucro que participaban de esa manera ayudando a los más "desfavorecidos" no tenían culpa de ello. Solamente deseaban que los sin techo estuviesen más cómodos, más agusto... pero, al fin al cabo, a la mañana siguiente, volverían a las calles despertando así de aquella ensoñación que había sido el revivir un pedacito de la acomodada vida que un día les fue arrebatada. Un martirio que Fermín no estaba dispuesto a pasar por muchas veces que los voluntarios quisiesen convencerle de lo contrario. Prefería mil veces pasar penurias a la intemperie que rebajarse al cuidado caritativo de un puñado de chavalines, sumado al riesgo que conllevaba la difícil convivencia dentro de un albergue con el resto de indigentes. No había noche en aquellos centros en los que faltase una pelea por la litera de turno o por un plato de más que llevarse a la boca
El egoismo del hombre estaba siempre al acecho, incluso en tales condiciones de sensibilidad exaltada en las que, por el contrario de lo que cabría esperar, esta se alejaba por el umbral de la puerta dejando entrar al mismo tiempo a la mediocridad más profunda del ser humano.
Fermín arrastraba los pies y el alma por una húmeda acera del centro de Madrid al tiempo que cabizbajo tarareaba una indescifrable canción. Posiblemente una de esas que hacía unos años atrás les ayudó a él y a sus "compañeros" a levantar el ánimo y ensalzar la esperanza ante la opresión. Sus ropas, casi andrajos, retales de lo que fue un grueso abrigo, cubrían su delgado cuerpo y la barba, ahora tan espesa como los estancados ideales de algunos, se presentaba desaliñada bajo unos pómulos prominentes. Unos ojos azules y acusos, inmersos en el pasado, completaban el rostro de la desgana y la falta de luz. Pero no por ello se veía desprovisto de ilusión y entusiasmo en cada paso que daba, no, sus energías a veces se basaban más en sus convicciones que en la escasa alimentación de su dieta diaria. El empuje y arrojo, la definición como ciudadano tal y como él la comprendía eran su sustento natural. Nunca se acostumbró a la muerte de la conciencia. Desde aquel Mayo del 2011 la percepción de la sociedad de la que él era partícipe cambió radicalmente, aun cuando desde hacía bastante tiempo atrás se preveía lo que iba a ocurrir. Eso le alimentaba lo suficiente otorgándole la fuerza necesaria para sobrevivir y continuar luchando. Fermín se había reconvertido a sí mismo desde aquellos días en el que el azul de las lonas confería un aspecto mágico a la ciudad, ocultando el Sol y paradójicamente aumentando su calor y simbología en la plaza que durante tanto tiempo fue su hogar.
Se detuvo bajo una farola de la calle De la Palma, junto a metro Tribunal. Apoyó su carro repleto de enseres y recuerdos contra la pared y sacó un arrugado cigarrillo del abrigo. Lo encendió con dificultad, pero lo encendió al fin y al cabo. Nunca se daba por vencido. Una profunda calada ahogó sus pulmones haciéndole toser con fuerza. Escupió. Y al inclinar la cabeza lo vió. Tirado en el suelo, a sus pies había un pequeño trozo de papel parcialmente destruido por las pisadas de la gente y el tráfico de la ciudad. Fermín podría haberlo obviado de inmediato pero hubo algo que le llamó la atención. Se agachó y lo sostuvo entre sus escuálidas manos. Después lo giró varias veces hasta encontrar el ángulo preciso que le ayudase a enteder lo que rezaba:

"No somos mercancía en manos de políticos y banqueros ¡Toma la calle!"

Y vaya si había tomado la calle. Hasta el punto de convertirla en su cama, en su cuarto de estar, en su voz, en su baño, su cocina, en su vida... En aquel instante una oleada de recuerdos le inundó la mente. Flashes de una época pasada que se reavivaron en su memoria.
Vio manos, miles... millones de manos alzadas hacia el cielo de la capital como símbolo de protesta. Agitándose al unísono con el único propósito de hacer un "silencioso" estruendo que fuera escuchado por todo el mundo. Cientos de personas relacionarse entre si sumidas en un mar de plásticos y pancartas a lo que se le llamó Acampada Sol. Un remanso de paz, de refugio y convivencia que se levantó en pocos días por ciudadanos defraudados a causa de un gobierno que no les representaba en absoluto, que no les escuchaba y que incluso iba en contra de sus intereses. También vio logros, derrotas, marcas sangrantes en las espaldas de sus "compañeros" causadas, seguramente, por algun que otro porrazo de los antidisturbios. Esos perros a las órdenes del estado carentes, en apariencia, de todo civismo y ética moral. Vio lágrimas y carcajadas, enormes corrillos de ciudadanos apostados en las plazas de todo el país debatiendo y consensuando metas... metas que ahora a Fermin se le antojaban meros espejismos. Vio miles de pancartas que animaban a la revuelta popular y la esperanza... Vio...
Sacudió enérgicamente la cabeza en un intento de evaporar aquellas imágenes. Ya no creía en nada de aquello. El paso del tiempo había respondido con una realidad tan cruda y abrumadora que era impensable darla la espalda y hacer como si no existiese. Por mucho esfuerzo que se ejerciera. A pesar de todos los intentos que realizó junto al resto de la ciudadanía por cambiar... aunque solo fuera un ápice, el sistema que oprimía al pueblo, todos fueron en valde. Fallidos, erroneamente ejecutados, faltos de solidez, faltos de compromiso por todos y todas. Equivocados. Nulos.
Se dejó caer en el suelo con visibles síntomas de agotamiento.
Aun con toda la tenazidad y decisión que le carcterizaban a la hora de luchar por lo que siempre había creido, Fermín se sentía derrotado por el sistema, al igual que todos los que en aquel Mayo del 2011 se revelaron contra el capitalismo que regía y rige aun nuestras vidas.
Una inmensa pena volvió a apagarle la mirada a la vez que las lágrimas afloraban en sus retinas.
Se sentía cansado, derrotado, hundido. Sentía desfallecer y ahora la negatividad y la desazón le abrazaban fuertemente amenanzando con no soltarle jamás...
De repente algo le sacó de aquel pozo de amargura. Un sollozo no muy lejos de donde él se encontraba se materializó en la fría atmósfera de la ciudad. Parecía provenir de un callejón cercano y el tono de este no dejaba lugar a dudas. Se trataba de una niña.
Fermín, confundido, dudó por unos instantes en reaccionar. Pero en el fondo él no era como esos lacayos fascistas que miraban solo por sus intereses. Se levantó a los pocos segundos y aceleró el paso hacía donde parecía venir el llanto. Continuó unos metros calle abajo hasta toparse con una esquina que daba a parar a un oscuro callejón. Se paró en seco a la entrada de este y siguió escuchando con atención. El llanto se oía más cercano y Fermín se adentró sin demora en la fría brecha que separaba a los dos grandes edificios. Después de continuar unos pasos más, cautelosos, indecisos, pudo vislumbrar a la niña. Estaba agazapada entre unas cajas de cartón y un cubo de basura. Con la cabecita entre las rodillas y la espalda apoyada contra la pared. Se acercó un poco más a ella.
-Eh... pequeña ¿estás bien?
No debería de tener ni 10 años y su pelo era de un rubio casi platino que a la tenue luz de la luna brillaba con viveza. Vestía un peto vaquero encima de una camiseta de rayas rojas y verdes y dos trenzas minuciosamente elaboradas descansaban sombre sus hombros. Alzo la vista hacia Fermín y dos ojos marrones inundados por un océano de lágrimas le contemplaron con asombro.
-¿Que... que quieres?- Preguntó extrañada ella.
Fermín se quedó mudo.
-¿Has vuelto a por mi?- Continuó la niña al ver que este no reaccionaba.-No... ¿que haces aquí? ¿te has perdido?- Intervino él finalmente -¿Necesitas ayuda?
La niña le contempló por un momento con expresión incrédula y acto seguido le acarició la cara con sus pequeñas manos. Se sorbió los mocos y contesto:
-Quien necesita ayuda eres tú Fermín. Tú me has abandonado y por eso estoy aquí... perdida, sola...
-¿Yo? ¿Cómo me conoces?
-Siempre he estado a tu lado. En todos los momentos importantes de tu vida. Yo he sido tu guía cuando lo has necesitado, quien te hizo abrir los ojos... Pero ahora... ahora...- Y empezó a llorar desconsoladamente.
Fermín no comprendía nada de aquello, solamente sabía que debía consolarla, apaciguar su pena fuese la que fuese. La agarró suavemente por los hombros y la estrechó con dulzura contra su pecho. El empape de sus lágrimas traspasó su arrugada camisa llegando hasta su corazón. Ahí fue cuando Fermín experimentó una extrañísima sensación, como si un reconfortante calor le embriagara desde dentro.
Así estuvieron durante unos tres minutos que a él se le hicieron días. Los dos, agachados en un húmedo callejón de la capital, sin más razón que la de encontrar una paz perdida. O al menos algo que les acercase a ella con urgencia.
La pequeña se separó delicadamente de él y le miró de nuevo a los ojos. Esta vez una amplia sonrisa se dibujaba en el rostro de porcelana que le contemplaba casi con admiración.
-Gracias- le dijo.
-¿Porque? ¿Qué he hecho?- Preguntó Fermín más confundido aun si cabe.
-Por haber vuelto... por dejarme seguir a tu lado.
-No... no entiendo...
La chiquilla se levantó de improviso dejando al vagabundo a sus pies completamente atónito. Entonces se giró y echó a correr callejón arriba al tiempo que sus trenzas flotaban con gracia sobre sus hombros.
-¡Eh!¡Espera!- gritó Fermín -¿¡Quién eres!?
La niña frenó su apresurada marcha y volviéndose hacía él contestó con visible felicidad:
-Esperanza.
A continuación dobló la esquina del callejón desapareciendo en un abrir y cerrar de ojos.
Fermín lo comprendió todo al instante. Aquella niña, aquella frágil criatura que se había cruzado en su camino era la fiel representación de la fuerza que él creía haber perdido... abandonado, dejado de lado, en el olvido. Era la materialización de su subconsciente que le estaba gritando:
"¡Eh!¡No desfallezcas!¡Continua la lucha!"
Era la respuesta. Era el futuro. Era Sol. Era la voz. Los millones de gritos que nunca se habían marchado de las calles. Era la democracia. La gente. Era su hambre. Su dolor. Su energía. Era cada pancarta sujeta con firmeza por las manos del pueblo. Cada acuerdo y cada discrepancia. Cada insulto y cada alago. Era una cacerola. Una porra. Una flor. Era él. Era todos nosotros.


Hugo Cotro

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