jueves, 21 de junio de 2012

Un Verano más... Más indignada

Me pisotean, me escupen, me revuelven, me mojan, me ensucian... ¡incluso intentan prenderme fuego!
El mejor momento del día es a primera hora de la mañana, cuando el sol comienza a despuntar al alba y aun no hay nadie alrededor mía. Ahí es cuando mejor me encuentro. Estoy fresca, impoluta y siempre hay una persona que se encarga de acicalarme antes de enfrentarme a otra calurosa jornada de Verano.
Los primeros en llegar no se hacen esperar. Hordas de jubilados armados con duras lanzas se lanzan sobre mi y comienzan a clavármelas sin piedad alguna. Las señoras, embadurnadas en una extraña crema blanquecina, me aplastan con sus orondos cuerpos tumbándose encima mía. Comen y me tiran los despojos, les oigo decir:
-Sí, sí. Luego lo recojo antes de irnos...
¡Judas!
Pero esos no suelen ser los peores, no. A media mañana entran en escena cientos de jovenes, todavía ebrios algunos y con ganas de molestar. Me incrustan cilindros incandescentes en mis entrañas, son personas, por llamarlos de alguna forma, dfíciles de comprender. Inhalan una especie de humo que sueltan después por la boca y es de esos cilindros incandescentes de donde proviene... Lo odio con todas mis fuerzas.
Luego unas criaturas de menor tamaño a las que ellos las llaman niños no paran de correr por mi "geografía" sín descanso. No es que me inoportunen en exceso porque al parecer son los más tolerantes al fín y al cabo, pero a veces, cuando les da por urgar y transformarme en castillos, caras, autopistas... cuando les da por ahogarme con el barro que en la orilla se origina, cubriendo mis bellas curvas de toda especie de conchas marinas... a veces me agobio mogollón.
Supongo que es lo que me toca aguantar, con el paso de los años he aprendido a soportar estas cosas y otras muchas que por no parecer descortés prefiero no enunciar. Pero si hay algo que jamás de los jamases conseguiré tolerar es la contaminante suciedad que todos ellos suelen dejar en mi cuerpo. Tapones de recipientes, bolsas de plástico... ¡Una vez hasta  depositaron encima mía un carrito del supermercado!
Después todo ello lo arrastra la marea o se lo comen las fantásticas aves que al atardecer me hacen compañia, matándolas a los pocos días de una forma horrible...
En fín... Espero que este año al menos hayan adquirido algo más de conciencia y procuren mantenerme limpia y sana. Sé que es casi una utopía pero no he perdido la fe en ellos...
Que duro es ser en ocasiones playa.


viernes, 15 de junio de 2012

SE VENDE


Si Tod se lo hubiera pensado mejor tal vez no se encontraría inmerso en aquella situación. Mientras sopesaba sus escasas posibilidades de salir con vida, los segundos parecían acelerar su frenética carrera y la presión dentro de su cabeza aumentaba hasta cotas insospechadas. Sus pies, al borde de la cornisa, apenas podían dejar de temblar y moverse con nerviosismo ante la caída de más de veinte metros que tenía frente a él. Apenas quince centímetros donde apoyarlos le separaban de una muerte segura. Una incipiente gota de sudor comenzó a resbalar por su frente, tenía la boca tan seca como un desierto y la vista se le empezaba a nublar debido al cansancio y la tensión acumulada. El miedo se le atenazaba a la nuca como el aguijón de una avispa impidiéndole pensar, reaccionar, moverse. Una fría brisa le azotaba el cuerpo llevándole el olor a tierra mojada y el fresco aroma de los sauces que más allá se movían en la linde del jardín.
¿Cómo era posible? ¿Cómo, una persona como él, cuerda y con una mente tan... sana podía haber llegado hasta ese punto de locura?
La luna, que hasta ese momento había estado tenuemente escondiada tras una espesa nube, comenzó a asomar, bañando con su resplandeciente luz la fachada de la casa. La lluvia fue cesando poco a poco dejando en la atmósfera un sin fín de sonidos que fueron apagándose progresivamente. Tod giró lentamente la cabeza, con un temor tan insoportable que la rigidez de su cuerpo apenas le dejaba mover el cuello. Pero lo hizo, lo suficiente como para verlo por el rabillo del ojo. Entonces... lo comprendió todo. Lo vió claro.
Tal vez eso fue en lo último que pensó Tod. En lo último justo antes de sentir un escalofriante empujón en su espalda que le precipitó inevitablemente al vacio.

Pero permíteme que empiece por el principio...

martes, 12 de junio de 2012

Ya no miramos al cielo

La gente ya no mira al cielo.

Cuando eramos pequeños, la gran mayoría de nosotros, mirábamos casi a diario al cielo, a pesar de que a lo mejor no lo recordemos. Pero lo hacíamos. Créerme.
Unos porque después de una tarde correteando con los amigos por el campo, haciendo canalladas a los sapos en las charcas o tirando piedras al rio, nos parábamos a descansar tumbados sobre un colchón de cesped a reir y soñar. Mirábamos al cielo, imaginando extrañas siluetas en las nubes y descubriendo siempre una nueva forma que atribuirlas.
Otros miraban al cielo buscando una respuesta, pensando en la llegada de naves espaciales provenientes de otros mundos intergalácticos. Los dibujos y el cine conseguían, por aquel entonces, hacernos levantar la cabeza en busca de nuevas formas de vida. Algunos, después de muchos años aun siguen haciéndolo. Y es lógico... "Allí" fuera seguro que existe más vida inteligente que entre los seres terrenales que tenemos alrededor.
Por las noches, sobre todo en Verano, a muchos de nosotros, nos fascinaba contemplar ese manto de estrellas y planetas iluminados por el lejano reflejo de la luz cel Sol. Salíamos con la ilusión de ver un espectáculo digno de cualquier superproducción de Hollywood, investigando y buscando las constelaciones de las que tantas veces habíamos oido hablar. Eran momentos especiales que hoy poco a poco se han ido perdiendo.

Y el caso es que el cielo sigue ahí, tanto de día como de noche, mágico, imperturbable. 
Lo que ha cambiado es nuestra curiosidad por admirarlo extinguiendo, en consecuencia, la búsqueda de esa paz y tranquilidad que transmite al mirarlo. Ya sea tumbado en la linde de un rio, en un parque, o sencillamente otorgándole una fugaz mirada al pasear por la calle del trabajo al coche, del coche a casa.
Nos hemos obcecado en mirar hacía adelante, no más arriba de la luz roja del semáforo en el que estamos parados. Las ciudades limitan tremendamente la visión de ese azul perpetuo repleto de vida. Con sus cientos de aves, todas distintas según el lugar y zona desde donde lo contemplemos. Águilas, Gorriones, Grajos, Palomas, Gaviotas, Buitres... incluso Murciélagos. Todos ellos nos contemplan desde lo alto y nosotros ya ni si quiera nos dignamos a prestarles un poco de atención. 
¡Aaaaaayh! el cielo... Que poco lo valoramos con el paso del tiempo y, aun así, cuanto es capaz de seguir transmitiendo con tan solo dedicarle un par de minutos al día de nuestras ajetreadas vidas.


martes, 5 de junio de 2012

Un poema

Lánzame palabras que yo las cojo al vuelo,
las haré prisioneras para más tarde soltarlas,
para más tarde regalarlas y pasarlas cual trapicheo,
adicto a tus miradas soy, a tus charlas y paseos.

Vuelco mi ser cual tinta de su tinterio,
derramo mi lado más sincero ya desde el amanecer,
al parecer todo funciona con un mecanismo secreto,
el cual puedes accionar si solo crees en él.

Un roce, un suspiro, un deseo,
respiro vida, exhalo una duda consumida, fín de la partida,
el viento busca una salida entre los surcos de tu pelo,
yo le ayudo con mis dedos mientras muero en tu saliva.

Préstame tus palabras que pronto te las devuelvo,
convertidas en cuentos a los que tú pongas un final,
no hay Santo Grial, solo un cáliz lleno de un intenso fuego,
oculto dentro de tu cuerpo, mi único milagro terrenal.