viernes, 15 de junio de 2012

SE VENDE


Si Tod se lo hubiera pensado mejor tal vez no se encontraría inmerso en aquella situación. Mientras sopesaba sus escasas posibilidades de salir con vida, los segundos parecían acelerar su frenética carrera y la presión dentro de su cabeza aumentaba hasta cotas insospechadas. Sus pies, al borde de la cornisa, apenas podían dejar de temblar y moverse con nerviosismo ante la caída de más de veinte metros que tenía frente a él. Apenas quince centímetros donde apoyarlos le separaban de una muerte segura. Una incipiente gota de sudor comenzó a resbalar por su frente, tenía la boca tan seca como un desierto y la vista se le empezaba a nublar debido al cansancio y la tensión acumulada. El miedo se le atenazaba a la nuca como el aguijón de una avispa impidiéndole pensar, reaccionar, moverse. Una fría brisa le azotaba el cuerpo llevándole el olor a tierra mojada y el fresco aroma de los sauces que más allá se movían en la linde del jardín.
¿Cómo era posible? ¿Cómo, una persona como él, cuerda y con una mente tan... sana podía haber llegado hasta ese punto de locura?
La luna, que hasta ese momento había estado tenuemente escondiada tras una espesa nube, comenzó a asomar, bañando con su resplandeciente luz la fachada de la casa. La lluvia fue cesando poco a poco dejando en la atmósfera un sin fín de sonidos que fueron apagándose progresivamente. Tod giró lentamente la cabeza, con un temor tan insoportable que la rigidez de su cuerpo apenas le dejaba mover el cuello. Pero lo hizo, lo suficiente como para verlo por el rabillo del ojo. Entonces... lo comprendió todo. Lo vió claro.
Tal vez eso fue en lo último que pensó Tod. En lo último justo antes de sentir un escalofriante empujón en su espalda que le precipitó inevitablemente al vacio.

Pero permíteme que empiece por el principio...


Decían las malas lenguas que jamás volvería a vender nada a pesar de su asombrosa habilidad para encandilar a la gente. Y la verdad es que a ese paso tal vez no les faltara razón. Hacía tres meses que Tod había entrado en una espiral de decadencia y desmotivación debido a la prematura ruptura con su mujer. Apenas llevaban casados año y medio y ella ya le había engañado con otro hombre... en su propia cama. Un olvido de última hora hizo regresar a Tod a su casa a los diez minutos de haberse marchado al trabajo. Entró sigilosamente pensando en no despertar a Laura, ya que ella se levantaba más tarde, y justo cuando abrió la puerta del dormitorio les pilló en plena faena. Lo extraño es que depués del shock inicial lo primero que Tod pensó fue en como cojones había conseguido el tio ese llegar tan rápido a su casa, desnudarse y estar metido en la cama tirándose a su ya ex-esposa. Impresionante.
Pero no por ello cayó en depresión, no. Si había algo que Tod sabía con certeza era que por muy mal que estuvieran las cosas, por muy difíciles que se pusieran, peor podrían llegar a ponerse si dejaba que su cabeza le arrastrase al abismo de la tristeza y la desolación. Y no podía permitírselo. Tenía... debía mantener la cordura y seguir hacia adelante. Con la mirada puesta en sus objetivos más inmediatos y su trabajo: vender casas. Solo así, poco a poco, se iría enfriando esa soledad, ese odio que por dentro le carcomía, hasta convertirlo en una reliquia del pasado.
Miró su reloj. Las 13:33. Llegaba tarde. Cogió su maletín, se puso el abrigo de color beis, se anudó la bufanda de espesa lana al cuello y salió pitando de la oficina. Había quedado con una pareja de recién casados (odio) bastante interesada en el inmueble que le había asignado la agencia para aquella semana. Si conseguía venderlo dentro del plazo programado los beneficios por comisión que se llevaría podían incluso llegar a la mitad del valor de la propia casa. Parecía ser que a la agencia le urgía más de lo normal deshacerse de aquel caserón de estilo victoriano de mediados del siglo XIX.

-Tod Mandsen.
Se presentó ante el hombre nada más salir del coche. La joven pareja le esperaba junto a la valla de la casa con aparente impaciencia pues llegaba con un retraso de unos veinte minutos.
-Hola, soy Carl y ella es Sofía, mi mujer.
-Mucho gusto.
Se estrecharon efusivamente la mano. Por lo que Tod pudo constatar el hombre, de unos 32 años y con una visible alopecia que se acentuaría en los próximos meses, era el típico prepotente poco agraciado en la vida que por fín había encontrado algo de estabilidad emocional, y seguramente económica, casándose con aquella mujer. Ya cuando hablaron por teléfono unos días antes, le dio la clarísima impresión de que el tipo vestiría de marca intentando aparentar elegancia solo para fardar de estatus social, y no porque perteneciese realmente a esa petulante posición. Y había acertado de pleno. Rolex falso, zapatos blancos de punta, vaqueros ajustados pretendiendo marcar una hombría exagerada, cadena de oro, si lo hera, al cuello... Un sin fín de caracterizaciones de las que su esposa tampoco estaba exenta. Una apariencia rebosante de plástico y tintes que aun así no se acercaba en absoluto a los tiempos que corrían. Más bien parecían sacados de una antigua película de los años 70 u 80. Al mirarles, la elegancia llegaba a confundirse con la extravagancia.
Por delante de ellos y con paso firme Tod les acompañó al interior del jardín. Se encaminó a abrir la verja aferrando el cerrojo con la mano, pero antes de correrlo se quedó quieto por unos instantes contemplando la casa. Era la primera vez, excepto por las fotos de la página web, en la que se veía frente a frente ante aquella mansión. Conocía las estancias, los planos, el jardín, la piscina, los metros cuadrados al dedillo... pero desconocía esa sensación. Finalmente, después del irritante chirrido de la verja, entraron en la parcela. Los árboles y arbustos se encontraban descuidados y algo secos pero apenas supondrían un problema para el jardinero cuando se instalaran. Y es que Tod ya daba por hecho que vendería aquel inmueble costase lo que le costase. 
 
Un chasquido de llaves dió paso al sonido de la puerta principal abriéndose. El matrimonio, espectante, intentó atisbar el interior asomando sus cabezas por encima del hombro de Tod. Estaban impacientes e ilusionados con el que podría ser su nuevo hogar. Entraron en el recibidor. Un ambiente cargado y lleno de polvo se extendía por los rincones, lo que provocó en Tod una súbita tos que casi hizo temblar los cimientos.
-¡Vaya!- Saltó con sorpresa Sofía -No me la imaginaba tan... grande. ¡Bueno sí! en las fotos ya lo parecía pero esto...
-Sí... bueno- intervino Tod al tiempo que se guardaba el pañuelo en el bolsillo -Tengan en cuenta que se trata de una construcción antigua y por aquel entonces les gustaba dejar constancia de su nivel social. La grandiosidad de la casa siempre ha formado parte de la posición social de la familía que la habita...
Tod sabía de antemano como tratar al matrimonio ante tan imponente caserón. Desde el primer momento sentía que se los había metido en el bolsillo y, lo mejor de todo, es que apenas había comenzado a esforzarse.
Continuaron durante unos minutos recorriendo las diferentes habitacines de la casa, a veces juntos mientras Tod les daba explicaciones y otras separados cuando a alguno le llamaba la atención una en particular y se quedaba rezagado contemplando sus detalles. La cocina era espectacular. De esas que tenían los fogones en la parte central y miles de armarios, debidamente a juego con los azulejos, colgaban de las paredes otorgándola un toque ligeramente acogedor. La mujer pareció tener un orgasmo cuando la vislumbró, quedándose con la boca abierta y haciendo aspavientos de alegría mientras toquetebaba todo. Esa actitud hizo que Tod se extrañase, ya que le pareció excesivamente machista dicha fascinación por parte de ella, dejando entrever que se encontraba en su "habitat natural" Pero tampoco le dio mucha importancia, tal vez fuese un matrimonio de costumbres demasiado tradicionalistas, nada más. 
 
-Me gustaría ver el dormitorio principal...- dijo Carl.
-Por supuesto. Esperaba enseñarles antes toda esta planta pero... ¿por qué esperar?- añadió Tod mientras con un gesto cortés les conducía hacia la escalera.
La casa estaba inusualmente fría. Mientras subían escalón tras escalón Tod pensaba en lo poco previsor que había estado a la hora de acoger al matrimonio. Como buen vendedor debía haber puesto la calefacción una hora antes de la visita, haciendo así más cómodo el paseo, y más teniendo en cuenta que una vivienda de esas características tardaba una eternidad en calentarse algo. Si no hubiera sido por la distracción que le había supuesto entablar otra discusión telefónica con Laura...
-Por aquí por favor- les condujo Tod.
La pareja observaba cada metro cuadrado que pisaba mientras le seguía a escasos pasos por el pasillo de arriba. Y lo hacía con meticulosidad, llegando casi a confundirse con una imperceptible obsesión. Puerta por puerta Tod se paraba a medida que les enseñaba, con profesionalidad, cada estancia. Reparando en los detalles más significativos que hacían de cada habitación un lugar único. Entraron en una en la que solamente había un gran piano de cola justo al lado de una ventana. Éste se encontraba en un estado bastante desgastado y ruinoso pero no por ello había perdido su magestuosidad. La fría luz de la tarde impregnaba de melancolía la estampa y el papel de las paredes, adornado con recargadas flores y ligeramente estropeado, enfatizaba aquella sensación. Carl se quedó mirándolo durante unos segundos. Sin mediar palabra se acercó a él lentamente, levantó la tapa y con suavidad presionó una tecla. Una imponente nota retumbó por toda la mansión.
-Suena bien ¿verdad?- Dijo Tod desde el umbral de la puerta.
-Perfecto- Contestó Carl si levantar la vista del piano.
-¿Sabe qué?- continuó Tod -jamás imaginaría que le atrayese el piano... No me malinterprete, pero no parce usted la típica persona a la que le guste tocar dicho instrumento...
-Y no me gusta- Dijo éste volviéndose hacia Tod -De hecho lo aborrezco... Pero me recuerda a mi padre. Él si lo tocaba.
-Viene incluido con la casa- Y media sonrisa se dibujó en los labios del vendedor.
Seguidamente salieron de allí y Tod les condujo a la habitación de matrimonio. Sabía que si esta les acababa gustando ya tendría más de la mitad de la venta hecha y podría respirar tranquilo. Una buena comisión como la que podría conseguir por aquellos viejos cimientos le ayudaría sustancialmente a pagar el abogado que llevase su divorcio con Laura. Lo necesitaba como agua en Verano.
-Tengo entendido que es usted uno de los mejores vendedores de la ciudad, por no decir el mejor- Comentó Carl a medida que avanzaban por el pasillo.
Una espontanea risa brotó de los labios de Tod.
-Exagera- dijo él -No es para tanto... Digamos que solamente hago bien mi trabajo, solo eso.
-Ya... De eso estoy seguro. En la agencia me informaron un poco sobre sus números. Media docena de inmuebles vendidos en un mes... ¡Guau!
-¿Eso le han dicho de mi? Me alaga...

Siguieron anadando durante unos metros y llegaron a la habitación. Antes de abrir la puerta Tod se giró y miró al matrimonio que esperaba tras él con impaciencia.
-Esta, queridos amigos, es la habitación en la que pasarán los días más felicides de su vida. Estoy completamente seguro.
-Yo también- Afirmó Sofía con extraña seriedad y que hasta ese momento había permanecido un poco al margen de los dos hombres.
Sin más preámbulos Tod abrió la puerta. Si la casa ya estaba fría de por si la heladora sensación que emanó de su interior lo fue aun más. Antes de que este pudiese decir o hacer nada la pareja no lo dudó un instante y se coló al interior. Ambos estaban estupefactos, embobados, casi en trance, le pareció a él. Sofía paseó su mirada por cada rincón deteniéndose en la cómoda que se encontraba arrimada contra la pared. Al tiempo que ella examinaba el mueble Carl se dirigió al ventanal de la habitación pasando junto a la cama. Una gran cama de matrimonio de estilo "imperial" que a pesar de su desmesurado tamaño tampoco es que invitase demasiado a la comodidad. Se la veía dura y maltrecha y la belleza de la colcha dejaba mucho que desear con aquellos rocambolescos estampados.
-La... cama, evidentemente se trasladará al trastero... -Dijo Tod -No está en muy buenas condiciones que digamos... en comparación con el resto de la casa.
-No se preocupe por eso- Añadió Carl mientras observaba el jardín.
Sofía se había sentado en la silla frente al espejo de la cómoda. Se miraba con gracia mientras se atusaba el pelo con la mano. Una sonrisilla asomó por una de las comisuras de sus labios.
-¡Me encanta!- Soltó alegremente mirando a Carl, el cual continuaba ensimismado en la lejanía del horizonte. Dubitativo. Él se giró lentamente sobre sus talones y la miró. Se quedaron un largo rato mirándose a los ojos, sin decir una palabra. Parecía como si el tiempo se hubiese detenido entre los dos y ya no importase nada más, ni la habitación, ni la casa, ni el vendedor.
De repente Carl levantó la vista hacia Tod con un semblante tan sombrio que dificilmente dejaba averiguar lo que estaba pensando. Ante la incertidumbre que aquella situación propiciaba, y por la imposibilidad de decir algo con sentido, a Tod no le quedó más renmedio que preguntar.
-¿No... le convence?
-Se avecina tormenta.
La luz se apagó.
-Tranquilos...- Dijo Tod al instante con la intención de calmar al matrimonio -Es una vivienda antigua. Habrán saltado los plomos...
La tenue claridad del exterior que entraba por el ventanal apenas les iluminaba debilmente insinuando sus siluetas. A pesar de lo repentino del apagón ninguno se sobresaltó ni dejó caer comentario alguno al respecto. Carl continuaba ahí quieto, de pie junto al cristal. Sofía igual. Sentada frente a la cómoda, sin inmutarse ni mover un músculo.
-Bajaré al sótano a... arreglarlo- Añadió Tod sin apartar la vista de ellos -No se preocupen.
Recorrió el camino ya andado por el pasillo entre penumbras. Su torpeza y el no conocer in situ con aterioridad la casa le provocó algún que otro choque contra las paredes y marcos de las puertas. Bajó apresuradamente pero con cautela las escaleras, no deseaba partirse el cuello a la mínima y dejar que se le escaparan los jugosos beneficios que le esperaban. Finalmente llegó al recibidor. Paró. Estaba sobre una gran alfombra adornada con ribetes dorados y estampaciones sinuosas que, aún con la poca luz que había, su forma no alcanzaba averiguar. Pero a pesar de eso le pareció escandalosamente horrible. Escuchó atentamente durante unos segundos. Allí estaba... El tic-tac del imponente reloj de la sala de estar, el cual no cesaba de balancear su enorme péndulo. A lo lejos, en el exterior y casi inaudibles, se percibían los truenos de la tormenta que poco a poco se aproximaba. Hacía frio, más que antes inclusive. Tod se dirigió rapidamente a la puerta del sótano que se encontraba junto a la cocina, no sin antes hacerse con una rudimentaria linterna que después de buscar durante un buen rato encontró en uno de los cajones. Entonces comenzó a descender lentamente escalón tras escalón. 
 
Los peldaños de madera crujían bajo sus pies. El haz de luz de la linterna apenas le ayudaba y tenía que intuir más que observar. Y para colmo aquello estaba repleto de telarañas...
-Perfecto- Maldijo para si.
Por fín llegó a suelo firme. El ambiente enrarecido de aquella cueva le causó otra repentina tos. Una humedad casi asfixiante se apoderaba de sus pulmones y el olor a moho se entremezclaba con el de madera mojada... o algo parecido. Enfocó hacia un muro de desgastados ladrillos, parecía que por ahí estaba la caja de los plomos porque un amasijo de cables, algunos en pésimo estado, recorría parte del techado y se perdía tras una esquina.
Caminó despacio temiendo tropezar con algún trasto viejo, pasados unos metros giró a su derecha y entornó los ojos en la oscuridad. La vió, allí estaba, semiescondida entre unas desgastadas cajas apiladas. Abrió torpemente la tapa oxidada del cuadro eléctrico y dirigió la luz de la linterna a su interior. No entendía nada en absoluto. Aparentemente todo estaba en orden, bien. No se apreciaba ningún fusible defectuoso ni habían saltado los plomos. No olía a quemado, ni si quiera se podría decir que algo estuviera en mal estado. En comparación con el resto de la casa aquello estaba nuevo. Reluciente.
Fue en ese instante cuando un ruido sordo le sobresaltó. Tod iluminó hacia donde percibió que podría haber venido pero solo logró ver oscuridad. Esperó en silencio unos segundos. La tormenta se acercaba. De pronto el mismo ruido, aun más fuerte.
-¡¿Carl!?
No hubo respuesta.
Tod se incorporó y andó con cautela en dirección desconocida. Intuía por donde se encontraba la escalera pero los nervios del momento y la escasa luz le confundieron, topándose de repente con una fría pared con la que casi estuvo a punto de empotrarse. Volvió sobre sus pasos. Estaba visiblemente inquieto, tremendamente desconcertado.
-¿Carl? ¿Sofía?
De nuevo el mismo resultado.
Afuera el viento soplaba con fuerza y se podían escuchar las ramas de los árboles zarandeándose y chocando contra los cristales de la casa. Su silbido se colaba por entre las rendijas de las puertas componiendo una banda sonora de lo más espeluznante. Tod caminó unos pasos, dobló otra esquina y por fín localizó las escaleras que daban a la planta superior. Se apresuró a subirlas cuanto antes sin reparar si quiera en mirar donde pisaba. Cuando llego arriba y cruzó la puerta se quedó petrificado. Entre la penumbra, junto al grifo de la cocina, una persona de espaldas a él parecía estar... fregando algo. El chorro del agua caia insistentemente sobre la pila, un montón de platos se acumulaban a la izquierda de la... mujer.
-¿Sofía?- Preguntó Tod con un hilo de voz.
No respondió. No paró de fregar.
-Sofía... ¿estás bien?
Se acercó lentamente a ella a medida que observaba a su alrededor. La cocina estaba perfectamente ordenada. Ni un vaso mal colocado, ni una silla ligeramente desplazada... Las sombras de la debilitada luz que entraba por la ventana sugerían fantasmales figuras sobre los azulejos.
-¿Sofía?
Tod se encontraba a escasos metros de ella. Se acercó un poco más. Sólo cuando se encontró justo a sus espaldas fue capaz de alzar su mano temerosa para posarla, suavemente, sobre su hombro. Ella, sin embargo, no dejó de fregar con insistencia. Tod se acercó por su derecha. ¿La habría ocurrido algo? ¿Se habría dado un golpe mientras intentaba bajar las escaleras provocándola algún tipo de conmoción? Pero cuando llegó a la altura de su rostro Tod retrocedió impulsivamente de un salto. Una heladora sensación recorrió todo su cuerpo mientras un grito ahogado intentó escapar de su garganta. Una repugnante arcada anunció el inminente vómito que quería salir al exterior pero que por suerte pudo contener.
Sofía giró repentinamente la cabeza y contempló con sus inexistentes ojos azules la desecajada cara de Tod . En lugar de ellos dos cuencas vacias y ensangrentadas le juzgaban impasibles.
-¡Dios!- exclamó Tod aterrorizado.
Sofía, o lo que parecía ser ella, comenzó a abrir la boca poco a poco. En un principio Tod pensó que trataba de decir algo, de pedir ayuda... pero a medida que continuaba abriéndola esa idea se desvaneció. Él contemplaba la escena horrorizado, paralizado. Cuando pareció que Sofía ya no podía abrirla más, incluso llegando al punto de percibirse un crujido de sus mandíbulas, un sonido, por no decir alarido, surgió de lo más profundo de su ser. Un grito tan escalofriante y prolongado que a Tod se le erizaron los pelos y flaquearon las rodillas. Lo único que pudo hacer su cuerpo comandado por una mente tan asustada como la suya fue salir corriendo de allí.
Entre tropiezos con sus propias piernas y entrecortados jadeos consiguió escapar de aquella perturbadora visión. Mientras se alejaba a toda prisa, el alarido continuaba expandiéndose por la mansión y perdiéndose por sus rincones. ¿Que coño estaba pasando? 
 
La tormenta arreciaba con furia y la lluvia, atronadora, caia sin piedad sobre el tejado.
Tod se detuvo por unos instantes al pie de la escalera principal. Necesitaba pensar, necesitaba centrarse por un momento. Su acelerada respiración casi no le dejeba oirse a si mismo y lo único que le pasaba por la cabeza continuamente era la imagen de un rostro sin ojos... ¿Por qué había huido? ¿Por qué ese miedo tan... irracional?
-¡¡Carl!!- Gritó.
Pero no obtuvo respuesta alguna. Entonces, sin perder más tiempo, subió freneticamente a la planta de arriba en su busca. Tal vez aun podrían llevar a Sofía al hospital más cercano y... salvarla la vida. Era evidente que la visión ya la había perdido y no se podía hacer nada por ella. Pero también cabía la posibilidad de que Carl ya hubiera salido de la casa en busca de ayuda... El pensamiento de Tod se aceleraba irracionalmente a medida que subía los escalones de dos en dos.
Llegó a la habitación de matrimonio y entró subitamente, abriendo la puerta con tal ímpetu que esta, dando un fortísimo golpe, casi se salió de sus bisagras. Dentro, la falta de luz no dejaba distinguir que o quien se encontraba en su interior. La lluvía y el viento castigaban el ventanal y si Tod llegaba en ocasiones a ver algo entre la oscuridad era porque de vez en cuando un relámpago hacía acto de presencia. Entornó los ojos a medida que entraba en ella.
-¿Carl?- Dejó escapar timidamente.
No parecía que estuviese allí. Tod miró a su alrededor confuso, buscando algo, una señal, una evidencia que delatase su paradero o que, al menos, le dijese como actuar ante aquella horripilante situación. Se sentía totalmente bloquedao, inútil, y eso, a decir verdad, era lo que más le trastornaba en ese momento.
Se fijó en que la cama estaba completamente revuelta, como si alguien acabase de tener la noche de pasión más excitante de su vida sobre ella y no se hubiese dignado a colocarla de nuevo. Las sábanas estaban caoticamente arrugadas y la horrible colcha echa un ovillo tirada a sus pies. Se acercó un poco a ella. Un extraño olor le invadió la nariz, como a algún tipo de producto químico. Al llegar junto a la mesilla de noche vio un pequeño bote blanco que estaba abierto, justo a su lado un pañuelo del mismo color. Lo cogió y se lo acercó unos centímetros a la cara, pero automaticamente se lo apartó dejando escapar un sonoro bufido de repulsa y lo tiró al suelo. El asqueroso e irritante olor que se le había quedado impregnado en sus fosas nasales le ardía por dentro. ¿Cloroformo? pensó. Fue entonces, ahora que estaba junto a la cama, cuando se fijó en las sabanas con más atención. No daba crédito a lo que veía. Una enorme mancha de viscosa sangre cubría gran parte de ellas y de la almohada. Se apartó aterrorizado... de pronto la voz de Carl le habló desde algún lugar de la habitación.
-Intenté detenerlo...
Tod se giró bruscamente.
-El muy hijo de puta se ensañó...- continuó diciendo la voz de Carl con un tono mortecino.
Tod escrutó con la mirada pero no conseguía saber de donde provenía. De repente lo vio. Un relámpago iluminó la estancia brevemente y durante esos dos segundos pudo apreciar la silueta y forma de Carl tras las cortinas. Dado la vuelta y observando al exterior a través del ventanal.
-Carl... Sofía está...
-¡Calla!- le espetó la inquietante silueta -¡No tienes ni idea!
La cara de Tod no podía expresar más incredulidad y asombro.
-Querido vendedor...- prosiguió -si llegases minimamente a entender... sabrías el porque no podemos permitirte vender esta casa.
-¿Cómo... cómo que no puedo venderla? Vosotros la queriais hasta hace un momento...-
-Y así es. La queremos- Dijo Carl al tiempo que se volvía lentamente. Aunque ese movimiento no permitió reconocer con certeza su rostro ya que aun permanecía semioculto tras la cortina.
A Tod le dio la impresión de que el matrimonio deseaba aquel caserón más que nada en el mundo, pero por alguna extraña e incomprensible razón no deseaban pagar ni un céntimo por él. Sin dejar de contemplar la fantasmal figura, buscó su teléfono en el bolsillo de la chaqueta. Se lo llevó a la oreja y marcó el número de urgencias. Le llevó algo más de lo normal percatarse de que no había señal, ni un leve sonido estático de la linea, nada. Volvío a mirar la pantalla del móvil... Se había apagado. No lo entendía, cuando había marcado el número la batería estaba completamente cargada...
-Carl. Sofía está muy mal, ha sufrido un...
-¡Basta!
Una mano empezó a asomar mientras apartaba lentamente las cortinas, la voz de Carl, ahora más potente que antes, continuaba diciendo cosas sin sentido aparente.
-¿Sabes lo mucho que nos ha costado dar contigo? ¿Lo difícil que nos ha resultado contactar?
Tod no sabía que decir. La silueta de Carl empezaba a desvelarse ante la fría luz que entraba en la habitación. La lluvia caía sin descanso.
-Después de tanto...- continuó -de estar tan cerca... no vamos a rendirnos. Solo nos queda una cosa por hacer...
De pronto su cuerpo avanzó dos rápidos pasos dejándose ver. Las cortinas cayeron a ambos lados de Carl, con una suavidad tan volátil que el movimiento pareció antinatural. Su cara, pálida y demacrada, su mirada serena, mirando a Tod desde unos ojos ojerosos que no transmitían emoción alguna. Su cuerpo, ligeramente encorvado y con la "lujosa" camisa de color púrpura fuera de los pantalones, dando una imagen desaliñada y extravagante.
-...Tu mujer...- comenzó Tod -...está...- no pudo seguir hablando. Un detalle, al margen de los ya mencionados, le dejó helado. La garganta de Carl. Un profundo y sangrante corte la recorría de lado a lado dejando entrever una yugular y traquea completamente seccionadas.
Tod se atragantó al intentar suprimir la nausea que le provocó la visión. Terror. Experimentó un miedo tan primitivo que este le impidió si quiera respirar dejándole al borde del colapso. Y entonces creyó desmayarse... Algo que estuvo a punto de ocurrir si no hubiera sido porque la voz de Carl le devolvió a la realidad.
-¡Debes morir!

Las piernas de Tod entraron en funcionamiento justo en el instante en el que Carl se abalanzaba sobre él con la ira marcada en sus pupilas. Corrió como alma que lleva el diablo y salió de la habitación. Tenía que huir de aquella casa como fuese. El pasillo, que continuaba a oscuras, se le hizo eterno. A pesar de la confusión Tod sabía perfectamente hacia donde correr, pero esa idea se truncó a los pocos metros de avanzar. Al comienzo de la escalera que daba al recibidor otra persona le esperaba. Sofía, inamovible entre las sombras, le miraba desde la oscuridad de su mutilado rostro. Tod frenó en seco resbalándose con la alfombra del pasillo y cayendo al suelo. Se giró de inmediato, temiendo que Carl ya estuviese a sus espaldas, pero aun no había salido de la habitación. La adrenalina que recorría cada milímetro de su cuerpo le levantó de inmediato y le empujó ha correr hacía la otra y única dirección que le quedaba. Mientras lo hacía rezó por no toparse con Carl justo en el momento en el que pasara por el umbral de la puerta del dormitorio. Y casi estuvo a punto de dejar de creer en Dios. Al hacerlo, unas manos aparecieron del interior y le agarraron con fuerza por la chaqueta. Volvió a caer al suelo aterrado... Hasta aquí he llegado pensó.
Carl intentaba por todos los medios llegar a la cabeza de Tod, forcejeando y propinándole golpes para atraerlo hacia él al mismo tiempo que le gritaba entre escupitajos.
-¡Debes morir! ¡No puedes seguir respirando! ¡¡No vas a vender esta casa!!
Mientras intentaba escapar, Tod pudo ver como Sofía se acercaba poco a poco por el pasillo. Arrastraba torpemente los pies y un gemido, mezcla de dolor y agonía, salía por su boca continuamente. La tormenta no cesaba, los relámpagos se sucedían intermitentemente. Y en ese momento un pensamiento cruzó por la maltrecha mente de Tod... Irónico, el viento luchando con furia por entrar en aquella mansión y él por intentar salir...
Un rápido y astuto movimiento hizo que Tod se librara de la chaqueta por la que estaba preso. Giró el hombro hasta que no pudo más y deslizó el brazo por la manga sacándolo fuera. Así pudo incorporarse y ponerse de pie con alguna que otra dificultad. Carl se tambaleó hacia atrás con la chaqueta aun en la mano y cayó de nuevo al interior de la habitación. Sofía, sin apresurarse (era evidente que no podía) se encontraba a medio metro de Tod cuando este salió huyendo en dirección al tercer piso. Hacia la buhardilla.

Cada zancada que daba era un mundo. Su entrecortada y angustiosa respiración competía en rapidez con cada pensamiento que le inundaba la cabeza. No podía creer lo que estaba ocurriendo, no era lógico, no era... normal. Si dos personas, tal y como se encontraban, podían seguir con vida sin ningun problema y sin mostrar dolor, exceptuando Sofía que no sabía muy bien si no era así, ¿qué demonios les había pasado? ¿Estarían bajo los efectos de alguna droga? Tod ya no sabía que creer, pensaba incluso en estar dentro de una profunda pesadilla de la que no podía despertar.
A medida que avanzaba entre la penumbra del caserón, con sus acelerados latidos y los truenos como telón de fondo, podía escuchar los gritos de Carl desde algun lugar del pasillo que insistentemente le repetían una y otra vez:
-¡No vas a vender esta casa! ¡¡Es nuestra!! ¡No vas a venderla!
No comprendía nada. Si era suya como decía, ¿por qué estaba en venta?
Con la agilidez propia de un gato Tod agarró la cuerda que tiraba de la escalerilla del techo. Una escalerilla frágil y endeble que por el paso de los años casi se encontraba fuera de sus goznes. No muy recomendable para alguien con prisa. Tiró con fuerza y esta bajó con un irritante chirrido hasta el el suelo del pasillo. Subió frenéticamente los escalones y abrió la puerta de la buhardilla de un empujón. En el interior todo estaba sumamente oscuro y helado. Cientos de objetos pertenecientes a un pasado mejor se amontonaban por los rincones con una espesa capa de polvo sobre ellos a modo de camuflaje. Lámparas de mesa, revistas y periódicos apilados de la época, sillas, una bicicleta...
Tod miró por todos lados buscando una salida, una escapatoria. La buhardilla, en apariencia, no era muy grande, pero la oscuridad dificultaba enormemente la visibilidad y entre tanto trasto viejo no se llegaba a distiguir muy bien por donde moverse. Tanteó con las manos y los pies, con pasos torpes avanzó unos metros chocando con multitud de cosas y armando un escándalo del que seguramente Carl y Sofía ya se habrían percatado. De repente un milagroso relámpago seguido por un fortísimo trueno iluminó la estancia. Un enorme ventanal, casi tan grande como toda la pared que estaba frente a él, apareció de entre las tinieblas. Tod se apresuró y agarró el picaporte con fuerza. Empujó el cristal y lo abrió apenas unos centímetros ya que el viento que soplaba fuera casi se lo impedía por completo, luchando contra él y su miedo, el cual era el único aporte de energías que le quedaban. Pensó que la adrenalina era lo que le mantenía aun en pie y con fuerzas por sobrevivir. Pero ni si quiera esa adrenalina duraría mucho más.

-¡¡Debes morir!!- se escuchaba una y otra vez acercándose a la buahardilla.
Sin pensárselo ni por un momento Tod se agarró al alfeizar del ventanal y pasó lentamente una pierna al exterior, luego la otra. La lluvia le embestió empapándolo praticamente al instante. Entonces apoyó cuidadosamente los pies en una fina cornisa que daba a la parte trasera de la casa, justo debajo de la cocina y a unos veinte metros del suelo. La adrenalina tocó techo. Le temblaron las piernas y por unos segundos temió caer irremediablemente a una muerte segura, pero consiguió estabilizarse pegando lo más que pudo su cuerpo al cristal. Allí, en las alturas, calado hasta los huesos y absolutamente petrificado Tod solamente podía pensar en Laura. Era extraño sí... pero por alguna razón solo podía pensar en ella y lo mucho que la quería, lo ignorase o no. Un repentino aroma proveniente de los sauces del jardín le inundó la nariz. Respiró profundamente llenándose los pulmones con aquella fresca fragancia, como si fuera a ser la última vez. La lluvia y el viento entonces comenzaron a remitir. La luna apareció en lo alto del firmamento regalándole su esplendor. La aterradora voz de Carl, repitiendo una y otra vez que iba a morir, que acabaría con su vida se oía aun más clara. Ya estaba subiendo por la escalerilla.
¿Será este el final? pensó... La idea de que todo iba a terminar ahí le atormentaba, le oprimía el pecho impidiéndole respirar... ¿Por qué?
Si así debía de ser al menos que fuera obteniendo una respuesta, por muy incomprensible que esta fuera, por muy irreal que le pareciese. Con la única y exclusiva razón de dar con ella Tod giró la cabeza temeroso, con lentitud.
Entonces lo vio por el rabillo de ojo. Allí, pegado en una de las paredes había un viejo y amarillento artículo de periódico. Apenas ilegible se podía distinguir la noticia que a toda página se destacaba:

"Joven matrimonio muere asesinado en su casa
a manos de un ladrón que intentaba robarles.
Al parecer el individuo quiso dejarles inconsci-
entes rociándoles mientras dormían con cloro-
formo. En el intento, la pareja se despertó y
tras un forcejeo el asesino acabó con sus
vidas."

Entonces... Tod lo comprendió todo. Lo vió claro.






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