Si
Tod se lo hubiera pensado mejor tal vez no se encontraría inmerso en
aquella situación. Mientras sopesaba sus escasas posibilidades de
salir con vida, los segundos parecían acelerar su frenética carrera
y la presión dentro de su cabeza aumentaba hasta cotas
insospechadas. Sus pies, al borde de la cornisa, apenas podían dejar
de temblar y moverse con nerviosismo ante la caída de más de veinte
metros que tenía frente a él. Apenas quince centímetros donde
apoyarlos le separaban de una muerte segura. Una incipiente gota de
sudor comenzó a resbalar por su frente, tenía la boca tan seca como
un desierto y la vista se le empezaba a nublar debido al cansancio y
la tensión acumulada. El miedo se le atenazaba a la nuca como el
aguijón de una avispa impidiéndole pensar, reaccionar, moverse. Una
fría brisa le azotaba el cuerpo llevándole el olor a tierra mojada
y el fresco aroma de los sauces que más allá se movían en la linde
del jardín.
¿Cómo
era posible? ¿Cómo, una persona como él, cuerda y con una mente
tan... sana podía haber llegado hasta ese punto de locura?
La
luna, que hasta ese momento había estado tenuemente escondiada tras
una espesa nube, comenzó a asomar, bañando con su resplandeciente
luz la fachada de la casa. La lluvia fue cesando poco a poco dejando
en la atmósfera un sin fín de sonidos que fueron apagándose
progresivamente. Tod giró lentamente la cabeza, con un temor tan
insoportable que la rigidez de su cuerpo apenas le dejaba mover el
cuello. Pero lo hizo, lo suficiente como para verlo por el rabillo
del ojo. Entonces... lo comprendió todo. Lo vió claro.
Tal
vez eso fue en lo último que pensó Tod. En lo último justo antes
de sentir un escalofriante empujón en su espalda que le precipitó
inevitablemente al vacio.
Pero
permíteme que empiece por el principio...
Decían
las malas lenguas que jamás volvería a vender nada a pesar de su
asombrosa habilidad para encandilar a la gente. Y la verdad es que a
ese paso tal vez no les faltara razón. Hacía tres meses que Tod
había entrado en una espiral de decadencia y desmotivación debido a
la prematura ruptura con su mujer. Apenas llevaban casados año y
medio y ella ya le había engañado con otro hombre... en su propia
cama. Un olvido de última hora hizo regresar a Tod a su casa a los
diez minutos de haberse marchado al trabajo. Entró sigilosamente
pensando en no despertar a Laura, ya que ella se levantaba más
tarde, y justo cuando abrió la puerta del dormitorio les pilló en
plena faena. Lo extraño es que depués del shock inicial lo primero
que Tod pensó fue en como cojones había conseguido el tio ese
llegar tan rápido a su casa, desnudarse y estar metido en la cama
tirándose a su ya ex-esposa. Impresionante.
Pero
no por ello cayó en depresión, no. Si había algo que Tod sabía
con certeza era que por muy mal que estuvieran las cosas, por muy
difíciles que se pusieran, peor podrían llegar a ponerse si dejaba
que su cabeza le arrastrase al abismo de la tristeza y la desolación.
Y no podía permitírselo. Tenía... debía mantener la cordura y
seguir hacia adelante. Con la mirada puesta en sus objetivos más
inmediatos y su trabajo: vender casas. Solo así, poco a poco, se
iría enfriando esa soledad, ese odio que por dentro le carcomía,
hasta convertirlo en una reliquia del pasado.
Miró
su reloj. Las 13:33. Llegaba tarde. Cogió su maletín, se puso el
abrigo de color beis, se anudó la bufanda de espesa lana al cuello y
salió pitando de la oficina. Había quedado con una pareja de recién
casados (odio)
bastante interesada en el inmueble que le había asignado la agencia
para aquella semana. Si conseguía venderlo dentro del plazo
programado los beneficios por comisión que se llevaría podían
incluso llegar a la mitad del valor de la propia casa. Parecía ser
que a la agencia le urgía más de lo normal deshacerse de aquel
caserón de estilo victoriano de mediados del siglo XIX.
-Tod
Mandsen.
Se
presentó ante el hombre nada más salir del coche. La joven pareja
le esperaba junto a la valla de la casa con aparente impaciencia pues
llegaba con un retraso de unos veinte minutos.
-Hola,
soy Carl y ella es Sofía, mi mujer.
-Mucho
gusto.
Se
estrecharon efusivamente la mano. Por lo que Tod pudo constatar el
hombre, de unos 32 años y con una visible alopecia que se acentuaría
en los próximos meses, era el típico prepotente poco agraciado en
la vida que por fín había encontrado algo de estabilidad emocional,
y seguramente económica, casándose con aquella mujer. Ya cuando
hablaron por teléfono unos días antes, le dio la clarísima
impresión de que el tipo vestiría de marca intentando aparentar
elegancia solo para fardar de estatus social, y no porque
perteneciese realmente a esa petulante posición. Y había acertado
de pleno. Rolex falso, zapatos blancos de punta, vaqueros ajustados
pretendiendo marcar una hombría exagerada, cadena de oro, si lo
hera, al cuello... Un sin fín de caracterizaciones de las que su
esposa tampoco estaba exenta. Una apariencia rebosante de plástico y
tintes que aun así no se acercaba en absoluto a los tiempos que
corrían. Más bien parecían sacados de una antigua película de los
años 70 u 80. Al mirarles, la elegancia llegaba a confundirse con la
extravagancia.
Por
delante de ellos y con paso firme Tod les acompañó al interior del
jardín. Se encaminó a abrir la verja aferrando el cerrojo con la
mano, pero antes de correrlo se quedó quieto por unos instantes
contemplando la casa. Era la primera vez, excepto por las fotos de la
página web, en la que se veía frente a frente ante aquella mansión.
Conocía las estancias, los planos, el jardín, la piscina, los
metros cuadrados al dedillo... pero desconocía esa sensación.
Finalmente, después del irritante chirrido de la verja, entraron en
la parcela. Los árboles y arbustos se encontraban descuidados y algo
secos pero apenas supondrían un problema para el jardinero cuando se
instalaran. Y es que Tod ya daba por hecho que vendería aquel
inmueble costase lo que le costase.
Un
chasquido de llaves dió paso al sonido de la puerta principal
abriéndose. El matrimonio, espectante, intentó atisbar el interior
asomando sus cabezas por encima del hombro de Tod. Estaban
impacientes e ilusionados con el que podría ser su nuevo hogar.
Entraron en el recibidor. Un ambiente cargado y lleno de polvo se
extendía por los rincones, lo que provocó en Tod una súbita tos
que casi hizo temblar los cimientos.
-¡Vaya!-
Saltó con sorpresa Sofía -No me la imaginaba tan... grande. ¡Bueno
sí! en las fotos ya lo parecía pero esto...
-Sí...
bueno- intervino Tod al tiempo que se guardaba el pañuelo en el
bolsillo -Tengan en cuenta que se trata de una construcción antigua
y por aquel entonces les gustaba dejar constancia de su nivel social.
La grandiosidad de la casa siempre ha formado parte de la posición
social de la familía que la habita...
Tod
sabía de antemano como tratar al matrimonio ante tan imponente
caserón. Desde el primer momento sentía que se los había metido en
el bolsillo y, lo mejor de todo, es que apenas había comenzado a
esforzarse.
Continuaron
durante unos minutos recorriendo las diferentes habitacines de la
casa, a veces juntos mientras Tod les daba explicaciones y otras
separados cuando a alguno le llamaba la atención una en particular y
se quedaba rezagado contemplando sus detalles. La cocina era
espectacular. De esas que tenían los fogones en la parte central y
miles de armarios, debidamente a juego con los azulejos, colgaban de
las paredes otorgándola un toque ligeramente acogedor. La mujer
pareció tener un orgasmo cuando la vislumbró, quedándose con la
boca abierta y haciendo aspavientos de alegría mientras toquetebaba
todo. Esa actitud hizo que Tod se extrañase, ya que le pareció
excesivamente machista dicha fascinación por parte de ella, dejando
entrever que se encontraba en su "habitat natural" Pero
tampoco le dio mucha importancia, tal vez fuese un matrimonio de
costumbres demasiado tradicionalistas, nada más.
-Me
gustaría ver el dormitorio principal...- dijo Carl.
-Por
supuesto. Esperaba enseñarles antes toda esta planta pero... ¿por
qué esperar?- añadió Tod mientras con un gesto cortés les
conducía hacia la escalera.
La
casa estaba inusualmente fría. Mientras subían escalón tras
escalón Tod pensaba en lo poco previsor que había estado a la hora
de acoger al matrimonio. Como buen vendedor debía haber puesto la
calefacción una hora antes de la visita, haciendo así más cómodo
el paseo, y más teniendo en cuenta que una vivienda de esas
características tardaba una eternidad en calentarse algo. Si no
hubiera sido por la distracción que le había supuesto entablar otra
discusión telefónica con Laura...
-Por
aquí por favor- les condujo Tod.
La
pareja observaba cada metro cuadrado que pisaba mientras le seguía a
escasos pasos por el pasillo de arriba. Y lo hacía con
meticulosidad, llegando casi a confundirse con una imperceptible
obsesión. Puerta por puerta Tod se paraba a medida que les enseñaba,
con profesionalidad, cada estancia. Reparando en los detalles más
significativos que hacían de cada habitación un lugar único.
Entraron en una en la que solamente había un gran piano de cola
justo al lado de una ventana. Éste se encontraba en un estado
bastante desgastado y ruinoso pero no por ello había perdido su
magestuosidad. La fría luz de la tarde impregnaba de melancolía la
estampa y el papel de las paredes, adornado con recargadas flores y
ligeramente estropeado, enfatizaba aquella sensación. Carl se quedó
mirándolo durante unos segundos. Sin mediar palabra se acercó a él
lentamente, levantó la tapa y con suavidad presionó una tecla. Una
imponente nota retumbó por toda la mansión.
-Suena
bien ¿verdad?- Dijo Tod desde el umbral de la puerta.
-Perfecto-
Contestó Carl si levantar la vista del piano.
-¿Sabe
qué?- continuó Tod -jamás imaginaría que le atrayese el piano...
No me malinterprete, pero no parce usted la típica persona a la que
le guste tocar dicho instrumento...
-Y
no me gusta- Dijo éste volviéndose hacia Tod -De hecho lo
aborrezco... Pero me recuerda a mi padre. Él si lo tocaba.
-Viene
incluido con la casa- Y media sonrisa se dibujó en los labios del
vendedor.
Seguidamente
salieron de allí y Tod les condujo a la habitación de matrimonio.
Sabía que si esta les acababa gustando ya tendría más de la mitad
de la venta hecha y podría respirar tranquilo. Una buena comisión
como la que podría conseguir por aquellos viejos cimientos le
ayudaría sustancialmente a pagar el abogado que llevase su divorcio
con Laura. Lo necesitaba como agua en Verano.
-Tengo
entendido que es usted uno de los mejores vendedores de la ciudad,
por no decir el mejor- Comentó Carl a medida que avanzaban por el
pasillo.
Una
espontanea risa brotó de los labios de Tod.
-Exagera-
dijo él -No es para tanto... Digamos que solamente hago bien mi
trabajo, solo eso.
-Ya...
De eso estoy seguro. En la agencia me informaron un poco sobre sus
números. Media docena de inmuebles vendidos en un mes... ¡Guau!
-¿Eso
le han dicho de mi? Me alaga...
Siguieron
anadando durante unos metros y llegaron a la habitación. Antes de
abrir la puerta Tod se giró y miró al matrimonio que esperaba tras
él con impaciencia.
-Esta,
queridos amigos, es la habitación en la que pasarán los días más
felicides de su vida. Estoy completamente seguro.
-Yo
también- Afirmó Sofía con extraña seriedad y que hasta ese
momento había permanecido un poco al margen de los dos hombres.
Sin
más preámbulos Tod abrió la puerta. Si la casa ya estaba fría de
por si la heladora sensación que emanó de su interior lo fue aun
más. Antes de que este pudiese decir o hacer nada la pareja no lo
dudó un instante y se coló al interior. Ambos estaban estupefactos,
embobados, casi en trance, le pareció a él. Sofía paseó su mirada
por cada rincón deteniéndose en la cómoda que se encontraba
arrimada contra la pared. Al tiempo que ella examinaba el mueble Carl
se dirigió al ventanal de la habitación pasando junto a la cama.
Una gran cama de matrimonio de estilo "imperial" que a
pesar de su desmesurado tamaño tampoco es que invitase demasiado a
la comodidad. Se la veía dura y maltrecha y la belleza de la colcha
dejaba mucho que desear con aquellos rocambolescos estampados.
-La...
cama, evidentemente se trasladará al trastero... -Dijo Tod -No está
en muy buenas condiciones que digamos... en comparación con el resto
de la casa.
-No
se preocupe por eso- Añadió Carl mientras observaba el jardín.
Sofía
se había sentado en la silla frente al espejo de la cómoda. Se
miraba con gracia mientras se atusaba el pelo con la mano. Una
sonrisilla asomó por una de las comisuras de sus labios.
-¡Me
encanta!- Soltó alegremente mirando a Carl, el cual continuaba
ensimismado en la lejanía del horizonte. Dubitativo. Él se giró
lentamente sobre sus talones y la miró. Se quedaron un largo rato
mirándose a los ojos, sin decir una palabra. Parecía como si el
tiempo se hubiese detenido entre los dos y ya no importase nada más,
ni la habitación, ni la casa, ni el vendedor.
De
repente Carl levantó la vista hacia Tod con un semblante tan sombrio
que dificilmente dejaba averiguar lo que estaba pensando. Ante la
incertidumbre que aquella situación propiciaba, y por la
imposibilidad de decir algo con sentido, a Tod no le quedó más
renmedio que preguntar.
-¿No...
le convence?
-Se
avecina tormenta.
La
luz se apagó.
-Tranquilos...-
Dijo Tod al instante con la intención de calmar al matrimonio -Es
una vivienda antigua. Habrán saltado los plomos...
La
tenue claridad del exterior que entraba por el ventanal apenas les
iluminaba debilmente insinuando sus siluetas. A pesar de lo repentino
del apagón ninguno se sobresaltó ni dejó caer comentario alguno al
respecto. Carl continuaba ahí quieto, de pie junto al cristal. Sofía
igual. Sentada frente a la cómoda, sin inmutarse ni mover un
músculo.
-Bajaré
al sótano a... arreglarlo- Añadió Tod sin apartar la vista de
ellos -No se preocupen.
Recorrió
el camino ya andado por el pasillo entre penumbras. Su torpeza y el
no conocer in
situ con
aterioridad la casa le provocó algún que otro choque contra las
paredes y marcos de las puertas. Bajó apresuradamente pero con
cautela las escaleras, no deseaba partirse el cuello a la mínima y
dejar que se le escaparan los jugosos beneficios que le esperaban.
Finalmente llegó al recibidor. Paró. Estaba sobre una gran alfombra
adornada con ribetes dorados y estampaciones sinuosas que, aún con
la poca luz que había, su forma no alcanzaba averiguar. Pero a pesar
de eso le pareció escandalosamente horrible. Escuchó atentamente
durante unos segundos. Allí estaba... El tic-tac del imponente reloj
de la sala de estar, el cual no cesaba de balancear su enorme
péndulo. A lo lejos, en el exterior y casi inaudibles, se percibían
los truenos de la tormenta que poco a poco se aproximaba. Hacía
frio, más que antes inclusive. Tod se dirigió rapidamente a la
puerta del sótano que se encontraba junto a la cocina, no sin antes
hacerse con una rudimentaria linterna que después de buscar durante
un buen rato encontró en uno de los cajones. Entonces comenzó a
descender lentamente escalón tras escalón.
Los
peldaños de madera crujían bajo sus pies. El haz de luz de la
linterna apenas le ayudaba y tenía que intuir más que observar. Y
para colmo aquello estaba repleto de telarañas...
-Perfecto-
Maldijo para si.
Por
fín llegó a suelo firme. El ambiente enrarecido de aquella cueva le
causó otra repentina tos. Una humedad casi asfixiante se apoderaba
de sus pulmones y el olor a moho se entremezclaba con el de madera
mojada... o algo parecido. Enfocó hacia un muro de desgastados
ladrillos, parecía que por ahí estaba la caja de los plomos porque
un amasijo de cables, algunos en pésimo estado, recorría parte del
techado y se perdía tras una esquina.
Caminó
despacio temiendo tropezar con algún trasto viejo, pasados unos
metros giró a su derecha y entornó los ojos en la oscuridad. La
vió, allí estaba, semiescondida entre unas desgastadas cajas
apiladas. Abrió torpemente la tapa oxidada del cuadro eléctrico y
dirigió la luz de la linterna a su interior. No entendía nada en
absoluto. Aparentemente todo estaba en orden, bien. No se apreciaba
ningún fusible defectuoso ni habían saltado los plomos. No olía a
quemado, ni si quiera se podría decir que algo estuviera en mal
estado. En comparación con el resto de la casa aquello estaba nuevo.
Reluciente.
Fue
en ese instante cuando un ruido sordo le sobresaltó. Tod iluminó
hacia donde percibió que podría haber venido pero solo logró ver
oscuridad. Esperó en silencio unos segundos. La tormenta se
acercaba. De pronto el mismo ruido, aun más fuerte.
-¡¿Carl!?
No
hubo respuesta.
Tod
se incorporó y andó con cautela en dirección desconocida. Intuía
por donde se encontraba la escalera pero los nervios del momento y la
escasa luz le confundieron, topándose de repente con una fría pared
con la que casi estuvo a punto de empotrarse. Volvió sobre sus
pasos. Estaba visiblemente inquieto, tremendamente desconcertado.
-¿Carl?
¿Sofía?
De
nuevo el mismo resultado.
Afuera
el viento soplaba con fuerza y se podían escuchar las ramas de los
árboles zarandeándose y chocando contra los cristales de la casa.
Su silbido se colaba por entre las rendijas de las puertas
componiendo una banda sonora de lo más espeluznante. Tod caminó
unos pasos, dobló otra esquina y por fín localizó las escaleras
que daban a la planta superior. Se apresuró a subirlas cuanto antes
sin reparar si quiera en mirar donde pisaba. Cuando llego arriba y
cruzó la puerta se quedó petrificado. Entre la penumbra, junto al
grifo de la cocina, una persona de espaldas a él parecía estar...
fregando algo. El chorro del agua caia insistentemente sobre la pila,
un montón de platos se acumulaban a la izquierda de la... mujer.
-¿Sofía?-
Preguntó Tod con un hilo de voz.
No
respondió. No paró de fregar.
-Sofía...
¿estás bien?
Se
acercó lentamente a ella a medida que observaba a su alrededor. La
cocina estaba perfectamente ordenada. Ni un vaso mal colocado, ni una
silla ligeramente desplazada... Las sombras de la debilitada luz que
entraba por la ventana sugerían fantasmales figuras sobre los
azulejos.
-¿Sofía?
Tod
se encontraba a escasos metros de ella. Se acercó un poco más. Sólo
cuando se encontró justo a sus espaldas fue capaz de alzar su mano
temerosa para posarla, suavemente, sobre su hombro.
Ella, sin embargo, no dejó de fregar con insistencia. Tod se acercó
por su derecha. ¿La habría ocurrido algo? ¿Se habría dado un
golpe mientras intentaba bajar las escaleras provocándola algún
tipo de conmoción? Pero cuando llegó a la altura de su rostro Tod
retrocedió impulsivamente de un salto. Una heladora sensación
recorrió todo su cuerpo mientras un grito ahogado intentó escapar
de su garganta. Una repugnante arcada anunció el inminente vómito
que quería salir al exterior pero que por suerte pudo contener.
Sofía
giró repentinamente la cabeza y contempló con sus inexistentes ojos
azules la desecajada cara de Tod . En lugar de ellos dos cuencas
vacias y ensangrentadas le juzgaban impasibles.
-¡Dios!-
exclamó Tod aterrorizado.
Sofía,
o lo que parecía ser ella, comenzó a abrir la boca poco a poco. En
un principio Tod pensó que trataba de decir algo, de pedir ayuda...
pero a medida que continuaba abriéndola esa idea se desvaneció. Él
contemplaba la escena horrorizado, paralizado. Cuando pareció que
Sofía ya no podía abrirla más, incluso llegando al punto de
percibirse un crujido de sus mandíbulas, un sonido, por no decir
alarido, surgió de lo más profundo de su ser. Un grito tan
escalofriante y prolongado que a Tod se le erizaron los pelos y
flaquearon las rodillas. Lo único que pudo hacer su cuerpo comandado
por una mente tan asustada como la suya fue salir corriendo de allí.
Entre
tropiezos con sus propias piernas y entrecortados jadeos consiguió
escapar de aquella perturbadora visión. Mientras se alejaba a toda
prisa, el alarido continuaba expandiéndose por la mansión y
perdiéndose por sus rincones. ¿Que
coño estaba pasando?
La
tormenta arreciaba con furia y la lluvia, atronadora, caia sin piedad
sobre el tejado.
Tod
se detuvo por unos instantes al pie de la escalera principal.
Necesitaba pensar, necesitaba centrarse por un momento. Su acelerada
respiración casi no le dejeba oirse a si mismo y lo único que le
pasaba por la cabeza continuamente era la imagen de un rostro sin
ojos... ¿Por qué había huido? ¿Por qué ese miedo tan...
irracional?
-¡¡Carl!!-
Gritó.
Pero
no obtuvo respuesta alguna. Entonces, sin perder más tiempo, subió
freneticamente a la planta de arriba en su busca. Tal vez aun podrían
llevar a Sofía al hospital más cercano y... salvarla la vida. Era
evidente que la visión ya la había perdido y no se podía hacer
nada por ella. Pero también cabía la posibilidad de que Carl ya
hubiera salido de la casa en busca de ayuda... El pensamiento de Tod
se aceleraba irracionalmente a medida que subía los escalones de dos
en dos.
Llegó
a la habitación de matrimonio y entró subitamente, abriendo la
puerta con tal ímpetu que esta, dando un fortísimo golpe, casi se
salió de sus bisagras. Dentro, la falta de luz no dejaba distinguir
que o quien se encontraba en su interior. La lluvía y el viento
castigaban el ventanal y si Tod llegaba en ocasiones a ver algo entre
la oscuridad era porque de vez en cuando un relámpago hacía acto de
presencia. Entornó los ojos a medida que entraba en ella.
-¿Carl?-
Dejó escapar timidamente.
No
parecía que estuviese allí. Tod miró a su alrededor confuso,
buscando algo, una señal, una evidencia que delatase su paradero o
que, al menos, le dijese como actuar ante aquella horripilante
situación. Se sentía totalmente bloquedao, inútil, y eso, a decir
verdad, era lo que más le trastornaba en ese momento.
Se
fijó en que la cama estaba completamente revuelta, como si alguien
acabase de tener la noche de pasión más excitante de su vida sobre
ella y no se hubiese dignado a colocarla de nuevo. Las sábanas
estaban caoticamente arrugadas y la horrible colcha echa un ovillo
tirada a sus pies. Se acercó un poco a ella. Un extraño olor le
invadió la nariz, como a algún tipo de producto químico. Al llegar
junto a la mesilla de noche vio un pequeño bote blanco que estaba
abierto, justo a su lado un pañuelo del mismo color. Lo cogió y se
lo acercó unos centímetros a la cara, pero automaticamente se lo
apartó dejando escapar un sonoro bufido de repulsa y lo tiró al
suelo. El asqueroso e irritante olor que se le había quedado
impregnado en sus fosas nasales le ardía por dentro. ¿Cloroformo?
pensó. Fue entonces, ahora que estaba junto a la cama, cuando se
fijó en las sabanas con más atención. No daba crédito a lo que
veía. Una enorme mancha de viscosa sangre cubría gran parte de
ellas y de la almohada. Se apartó aterrorizado... de pronto la voz
de Carl le habló desde algún lugar de la habitación.
-Intenté
detenerlo...
Tod
se giró bruscamente.
-El
muy hijo de puta se ensañó...- continuó diciendo la voz de Carl
con un tono mortecino.
Tod
escrutó con la mirada pero no conseguía saber de donde provenía.
De repente lo vio. Un relámpago iluminó la estancia brevemente y
durante esos dos segundos pudo apreciar la silueta y forma de Carl
tras las cortinas. Dado la vuelta y observando al exterior a través
del ventanal.
-Carl...
Sofía está...
-¡Calla!-
le espetó la inquietante silueta -¡No tienes ni idea!
La
cara de Tod no podía expresar más incredulidad y asombro.
-Querido
vendedor...- prosiguió -si llegases minimamente a entender...
sabrías el porque no podemos permitirte vender esta casa.
-¿Cómo...
cómo que no puedo venderla? Vosotros la queriais hasta hace un
momento...-
-Y
así es. La queremos- Dijo Carl al tiempo que se volvía lentamente.
Aunque ese movimiento no permitió reconocer con certeza su rostro ya
que aun permanecía semioculto tras la cortina.
A
Tod le dio la impresión de que el matrimonio deseaba aquel caserón
más que nada en el mundo, pero por alguna extraña e incomprensible
razón no deseaban pagar ni un céntimo por él. Sin dejar de
contemplar la fantasmal figura, buscó su teléfono en el bolsillo de
la chaqueta. Se lo llevó a la oreja y marcó el número de
urgencias. Le llevó algo más de lo normal percatarse de que no
había señal, ni un leve sonido estático de la linea, nada. Volvío
a mirar la pantalla del móvil... Se había apagado. No lo entendía,
cuando había marcado el número la batería estaba completamente
cargada...
-Carl.
Sofía está muy mal, ha sufrido un...
-¡Basta!
Una
mano empezó a asomar mientras apartaba lentamente las cortinas, la
voz de Carl, ahora más potente que antes, continuaba diciendo cosas
sin sentido aparente.
-¿Sabes
lo mucho que nos ha costado dar contigo? ¿Lo difícil que nos ha
resultado contactar?
Tod
no sabía que decir. La silueta de Carl empezaba a desvelarse ante la
fría luz que entraba en la habitación. La lluvia caía sin
descanso.
-Después
de tanto...- continuó -de estar tan cerca... no vamos a rendirnos.
Solo nos queda una cosa por hacer...
De
pronto su cuerpo avanzó dos rápidos pasos dejándose ver. Las
cortinas cayeron a ambos lados de Carl, con una suavidad tan volátil
que el movimiento pareció antinatural. Su cara, pálida y demacrada,
su mirada serena, mirando a Tod desde unos ojos ojerosos que no
transmitían emoción alguna. Su cuerpo, ligeramente encorvado y con
la "lujosa" camisa de color púrpura fuera de los
pantalones, dando una imagen desaliñada y extravagante.
-...Tu
mujer...- comenzó Tod -...está...- no pudo seguir hablando. Un
detalle, al margen de los ya mencionados, le dejó helado. La
garganta de Carl. Un profundo y sangrante corte la recorría de lado
a lado dejando entrever una yugular y traquea completamente
seccionadas.
Tod
se atragantó al intentar suprimir la nausea que le provocó la
visión. Terror. Experimentó un miedo tan primitivo que este le
impidió si quiera respirar dejándole al borde del colapso. Y
entonces creyó desmayarse... Algo que estuvo a punto de ocurrir si
no hubiera sido porque la voz de Carl le devolvió a la realidad.
-¡Debes
morir!
Las
piernas de Tod entraron en funcionamiento justo en el instante en el
que Carl se abalanzaba sobre él con la ira marcada en sus pupilas.
Corrió como alma que lleva el diablo y salió de la habitación.
Tenía que huir de aquella casa como fuese. El pasillo, que
continuaba a oscuras, se le hizo eterno. A pesar de la confusión Tod
sabía perfectamente hacia donde correr, pero esa idea se truncó a
los pocos metros de avanzar. Al comienzo de la escalera que daba al
recibidor otra persona le esperaba. Sofía, inamovible entre las
sombras, le miraba desde la oscuridad de su mutilado rostro. Tod
frenó en seco resbalándose con la alfombra del pasillo y cayendo al
suelo. Se giró de inmediato, temiendo que Carl ya estuviese a sus
espaldas, pero aun no había salido de la habitación. La adrenalina
que recorría cada milímetro de su cuerpo le levantó de inmediato y
le empujó ha correr hacía la otra y única dirección que le
quedaba. Mientras lo hacía rezó por no toparse con Carl justo en el
momento en el que pasara por el umbral de la puerta del dormitorio. Y
casi estuvo a punto de dejar de creer en Dios. Al hacerlo, unas manos
aparecieron del interior y le agarraron con fuerza por la chaqueta.
Volvió a caer al suelo aterrado... Hasta
aquí he llegado
pensó.
Carl
intentaba por todos los medios llegar a la cabeza de Tod, forcejeando
y propinándole golpes para atraerlo hacia él al mismo tiempo que le
gritaba entre escupitajos.
-¡Debes
morir! ¡No puedes seguir respirando! ¡¡No vas a vender esta casa!!
Mientras
intentaba escapar, Tod pudo ver como Sofía se acercaba poco a poco
por el pasillo. Arrastraba torpemente los pies y un gemido, mezcla de
dolor y agonía, salía por su boca continuamente. La tormenta no
cesaba, los relámpagos se sucedían intermitentemente. Y en ese
momento un pensamiento cruzó por la maltrecha mente de Tod...
Irónico, el viento luchando con furia por entrar en aquella mansión
y él por intentar salir...
Un
rápido y astuto movimiento hizo que Tod se librara de la chaqueta
por la que estaba preso. Giró el hombro hasta que no pudo más y
deslizó el brazo por la manga sacándolo fuera. Así pudo
incorporarse y ponerse de pie con alguna que otra dificultad. Carl se
tambaleó hacia atrás con la chaqueta aun en la mano y cayó de
nuevo al interior de la habitación. Sofía, sin apresurarse (era
evidente que no podía) se encontraba a medio metro de Tod cuando
este salió huyendo en dirección al tercer piso. Hacia la
buhardilla.
Cada
zancada que daba era un mundo. Su entrecortada y angustiosa
respiración competía en rapidez con cada pensamiento que le
inundaba la cabeza. No podía creer lo que estaba ocurriendo, no era
lógico, no era... normal. Si dos personas, tal y como se
encontraban, podían seguir con vida sin ningun problema y sin
mostrar dolor, exceptuando Sofía que no sabía muy bien si no era
así, ¿qué
demonios les había pasado? ¿Estarían bajo los efectos de alguna
droga? Tod
ya no sabía que creer, pensaba incluso en estar dentro de una
profunda pesadilla de la que no podía despertar.
A
medida que avanzaba entre la penumbra del caserón, con sus
acelerados latidos y los truenos como telón de fondo, podía
escuchar los gritos de Carl desde algun lugar del pasillo que
insistentemente le repetían una y otra vez:
-¡No
vas a vender esta casa! ¡¡Es nuestra!! ¡No vas a venderla!
No
comprendía nada. Si era suya como decía, ¿por
qué estaba en venta?
Con
la agilidez propia de un gato Tod agarró la cuerda que tiraba de la
escalerilla del techo. Una escalerilla frágil y endeble que por el
paso de los años casi se encontraba fuera de sus goznes. No muy
recomendable para alguien con prisa. Tiró con fuerza y esta bajó
con un irritante chirrido hasta el el suelo del pasillo. Subió
frenéticamente los escalones y abrió la puerta de la buhardilla de
un empujón. En el interior todo estaba sumamente oscuro y helado.
Cientos de objetos pertenecientes a un pasado mejor se amontonaban
por los rincones con una espesa capa de polvo sobre ellos a modo de
camuflaje. Lámparas de mesa, revistas y periódicos apilados de la
época, sillas, una bicicleta...
Tod
miró por todos lados buscando una salida, una escapatoria. La
buhardilla, en apariencia, no era muy grande, pero la oscuridad
dificultaba enormemente la visibilidad y entre tanto trasto viejo no
se llegaba a distiguir muy bien por donde moverse. Tanteó con las
manos y los pies, con pasos torpes avanzó unos metros chocando con
multitud de cosas y armando un escándalo del que seguramente Carl y
Sofía ya se habrían percatado. De repente un milagroso relámpago
seguido por un fortísimo trueno iluminó la estancia. Un enorme
ventanal, casi tan grande como toda la pared que estaba frente a él,
apareció de entre las tinieblas. Tod se apresuró y agarró el
picaporte con fuerza. Empujó el cristal y lo abrió apenas unos
centímetros ya que el viento que soplaba fuera casi se lo impedía
por completo, luchando contra él y su miedo, el cual era el único
aporte de energías que le quedaban. Pensó que la adrenalina era lo
que le mantenía aun en pie y con fuerzas por sobrevivir. Pero ni si
quiera esa adrenalina duraría mucho más.
-¡¡Debes
morir!!- se escuchaba una y otra vez acercándose a la buahardilla.
Sin
pensárselo ni por un momento Tod se agarró al alfeizar del ventanal
y pasó lentamente una pierna al exterior, luego la otra. La lluvia
le embestió empapándolo praticamente al instante. Entonces apoyó
cuidadosamente los pies en una fina cornisa que daba a la parte
trasera de la casa, justo debajo de la cocina y a unos veinte metros
del suelo. La adrenalina tocó techo. Le temblaron las piernas y por
unos segundos temió caer irremediablemente a una muerte segura, pero
consiguió estabilizarse pegando lo más que pudo su cuerpo al
cristal. Allí, en las alturas, calado hasta los huesos y
absolutamente petrificado Tod solamente podía pensar en Laura. Era
extraño sí... pero por alguna razón solo podía pensar en ella y
lo mucho que la quería, lo ignorase o no. Un repentino aroma
proveniente de los sauces del jardín le inundó la nariz. Respiró
profundamente llenándose los pulmones con aquella fresca fragancia,
como si fuera a ser la última vez. La lluvia y el viento entonces
comenzaron a remitir. La luna apareció en lo alto del firmamento
regalándole su esplendor. La aterradora voz de Carl, repitiendo una
y otra vez que iba a morir, que acabaría con su vida se oía aun más
clara. Ya estaba subiendo por la escalerilla.
¿Será
este el final?
pensó... La idea de que todo iba a terminar ahí le atormentaba, le
oprimía el pecho impidiéndole respirar... ¿Por
qué?
Si
así debía de ser al menos que fuera obteniendo una respuesta, por
muy incomprensible que esta fuera, por muy irreal que le pareciese.
Con la única y exclusiva razón de dar con ella Tod giró la cabeza
temeroso, con lentitud.
Entonces
lo vio por el rabillo de ojo. Allí, pegado en una de las paredes
había un viejo y amarillento artículo de periódico. Apenas
ilegible se podía distinguir la noticia que a toda página se
destacaba:
"Joven
matrimonio muere asesinado en su casa
a
manos de un ladrón que intentaba robarles.
Al
parecer el individuo quiso dejarles inconsci-
entes
rociándoles mientras dormían con cloro-
formo.
En el intento, la pareja se despertó y
tras
un forcejeo el asesino acabó con sus
vidas."
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